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Mi perro no puede estar en el jardín sin molestar a mis vecinos

Laika es un pastor alemán inquieto y desenfadado que vive en un chalet con salida a un jardín que está al lado de la piscina comunitaria de la urbanización. Durante el invierno, Laika no tiene ningún problema, pero cuando los niños empiezan a utilizar al jardín, Laika no puede aguantarlo y no para de ladrar. Sus dueños desesperados, no saben cómo evitarlo.

 Mi perro no puede estar en el jardín sin molestar a mis vecinos

Muchos perros tienen tendencia a ladrar cuando perciben a personas que realizan movimientos cerca de las zonas de acceso de la casa donde residen. Es una manera de seguir siendo guardianes. Hay razas que tienen este comportamiento más desarrollado que otras, y normalmente son los perros más pequeños quienes suelen hacer más ruido con los ladridos territoriales que martirizan las siestas y las convivencias tanto de los dueños de la casa como de quienes tratan de hacer uso de las zonas comunes.

La solución a este comportamiento suele ser mandar al perro a otra finca menos transitada durante el verano, o tenerlo confinado en la otra punta de la casa, sin embargo, no siempre tiene que ser así. La paciencia y un buen entrenamiento pueden conseguir que un perro pueda permanecer tumbado en el jardín del hogar, ajeno al ruido o a lo que esté haciendo el vecindario al otro lado de la verja.

Como siempre, lo primero que tenemos que corregir es la actitud de los adultos que están junto al animal en esos momentos en los que los ruidos del jardín comienzan a ponerle nervioso. Si los dueños también se excitan y comienzan a gritarle o regañarle el animal no comprenderá nada, y así sólo se conseguirá que se desestabilice todavía más.

Los dueños deben tener a mano el bozal (amigo de la educación), y cuando empiece a alterarse, con mucha suavidad ponérselo. No hay que hacer aspavientos. Se le pone el bozal con cariño y dejaremos al perro en un segundo plano. Si conseguimos que el perro permanezca callado al menos 10 minutos, intentaremos quitarle el bozal y premiarlo con alguna golosina canina o un poco de pavo. Si el animal comienza a ladrar otra vez (más que probable), volveremos a repetir la operación.

Tendremos que aguantar y ser pacientes hasta que el perro asocie la tranquilidad primero con el premio de cariño y comida que le da su amo, y luego con algo más importante, que es su propio bienestar. Nuestro objetivo es que pasadas 5 tardes, consigamos que el perro permanezca en el jardín tan tranquilo como permanecería dentro de cualquier otra estancia de la casa.

En el caso de que sea muy complicado conseguirlo, deberemos repetir todo el proceso pero poniendo el bozal al perro y cambiándolo de ubicación al punto más alejado posible de donde está el amo o donde está el ruido, siempre dentro del jardín.

Otro tipo de entrenamiento es jugar con el can dentro del jardín unos minutos para que no asocie la diversión y el movimiento con la gente del jardín, sino también con su propio espacio. De esta manera, cuando cansemos y habituemos al can, será más fácil que entre en un estado de relajación a pesar del ruido externo.

 

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